lunes, 3 de agosto de 2015

Cabeza despierta!

  Prácticamente el único recuerdo que tengo de la primaria dentro de una clases de música, fue cuando a los 9 años una profesora nos explicó que la característica principal de la cumbia argentina, era promover las drogas y el sexo.  Realmente no sabía diferenciar que era la cumbia de otros géneros en ese momento, porque más allá de que en mi casa no se consumiera mucha música nacional, recién al empezar a salir a los asaltos, y luego a las matinées años después, empecé a escuchar y sumergirme en el mundo de la música tropical.


  A mediados del siglo pasado, se empiezan a escuchar en nuestro país varios estilos de música tropical, especialmente la cumbia, ritmo autóctono del Caribe Colombiano. Con la migración de gente de todo el país hacia la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, se empezó a poner de moda con la creación de grupos argentinos que fusionaron estos ritmos con por ejemplo el tango y chamamé. Posteriormente una fuerte inmigración de Perú y Bolivia hizo un asentamiento cada vez más profundo de este mutado estilo de música en la identidad de los argentinos.




   Durante la década de los 80 empezaron a abrir las primeras bailantas, lugares específicos para bailar cumbia en el Gran Buenos Aires, y a su vez la difusión del género fue ganando terreno cada vez más en la radio y televisión.

   En los 90 el género fue cada vez adquiriendo más relevancia en los medios de comunicación, y tal vez haya sido la década donde se marcaron los granes clásicos de la cumbia argentina con artistas como Gilda, Gladys La bomba tucumana, el Grupo Sombras, entre otros.

  La transición del cambio de milenio, a mi entender hizo que esta derivación de cumbia colombiana llegara a su techo, y deje de ser una cumbia armónica, romántica, y con las influencias de la cumbia santafesina, norteña y hasta del flamenco, a desembocar en lo que luego se transformaría en cumbia villera, una cumbia en la que el insulto, la denigración de la mujer y el concepto que si no te drogas, sos un careta, rellenan sus letras. La cumbia de la que mi profesora me hablaba de chico. Una nueva identificación de la gente tanto en su manera de vestir, en su manera de hablar y hasta de entender la vida.



  Esta nueva ola cambió el sentido estético en la vestimenta de los jóvenes en las calles, y se puso en extinción a los provenientes del rock de los 80, con sus camperas de jean y flequillos rollingas y una filosofía de vagos que solo les interesaba la música, el disfrutar del momento de la manera más
reventada posible. Estos fueron reemplazados por sujetos que empezaban a tener cabezas rapadas de forma irregular, la implementación de la indumentaria deportiva aunque no hagan deporte, zapatillas muy caras que representaban su estatus o lo poderosos que se volvían por que las podían robar, acompañado con pantalones dentro de las medias, sin olvidar las viceras y anteojos de sol para disimular sus hojos estupefacidos, son otros de sus rasgos característicos.





  Se empezó a tener un orgullo cada vez más grande por esta identificación de hablar con los dialectos de la cárcel, escuchar cumbia, ser “gil” si no robas o no te drogas, ser “cheto” si no respetar estos patrones. Esto ha aumentado mucho el resentimiento social, ya que este estrato no entiende como otra gente de clase trabajadora o de familias de mayores recursos, tienen cosas que ellos no, por lo tanto quitarle su pertenencias, insultarlos y hasta herirlos son una conducta más que aceptada y una moneda corriente, y parece más fácil que trabajar para obtenerlas.



  Lo que más pena me da por la sociedad argentina no es la cultura de vagos implantada, que acompañados con gobiernos populistas que aparte de manejar a esta masa adormecida que va de la mano con el circuito del narcotráfico, sino es que la mujer canta, disfruta y promueve la denigración de ellas mismas, y la exposición explicita como un objeto sexual que tiene como objetivo fundamental, satisfacer ciegamente al hombre.



  Lamentablemente este género solo se quedo en esos tópicos para sus canciones, y no pudieron pasar a la profundidad del rap o hip-hop, que tratan temas políticos, de desigualdad, injusticias y críticos con respecto a la sociedad, y no hacen de su género un virus que invade a todos los estratos sociales y bajan cada vez más nuestra capacidad de cultivarnos, aprender, preguntarnos porqué y enseñar buenos hábitos.




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